La primera vez que viajé lejos de mi casa en Medellín lo hice en avión para ir a Quibdó, en el Chocó, un lugar lleno de bellezas naturales, personas maravillosas y una artesanía que combina lo moderno, lo tradicional y lo autóctono de la cultura indígena local... tenía algo así como 7 o 8 años. Fui a visitar a una tía que trabajaba allá para una institución semi-privada. Creo que ahora veintitantos años después puedo decir que siempre fui aventurera y que nunca pensé en que debería sentirme atemorizada frente a las cosas nuevas que iban apareciendo en mi vida.
El viaje fue toda una experiencia... en esa época todavía se usaba llevar neceser... si es que alguien aún sabe que es eso... era rojo y tenía unas abrazaderas para un montón de tarritos blancos y para mí era tan grande que la foto que tengo parece que el neceser me lleva a mi y no al contrario, pero claro a esa edad, las mamás hacen con uno lo que quieren y para mi mamá era de lo más bonito viajar así...
El avión, o mejor la avioneta fue una locura... el ruido, un montón de botones de colores al frente y un señor que parecía encartadísimo intentando controlar todo, para ese entonces, los aviones no tenían puertas y era fácil ver la cabina y si era suertudo como yo, te sentaban en la primera fila, las ventajas de ser “Recomendado”... término que usan o usaban las aerolíneas para no llamarlo a uno paquete, pues sería una encomienda...
En fin, me sentaron justo atrás de los señores con camisa blanca, chaqueta negra y gorra. Lo mejor de la avioneta era que se movía como si fuera una hoja de papel y yo tenía la vista privilegiada, las nubes, el sol y el vaivén del viento. Todo el mundo decía que era horrible sentir ese movimiento, pero siempre pensé que era como estar en un parque de diversiones, como la montaña rusa, pero con mas emoción. Aun hoy lo considero de la misma forma, claro nunca he tenido grandes sustos en un avión no sé que diría si fuese lo contrario.
Quibdó era completamente diferente a lo que yo había vivido hasta ese entonces en Medellín y de hecho a la gente de allí no le gustaban mucho los paisas, como se nos conoce en otras tierras. Sin embargo, a mi tía la quería todo el mundo y a mí me tocaba por reflejo, así que yo era la niña consentida de todos. Vivíamos en una barcaza de la segunda guerra mundial que estaba anclada en el río Atrato, no se imaginan como era por dentro, una vez nos hicieron un tour y aún había camas y ropa de esa época, la cosa parecía lúgubre, pero era perfecta para la imaginación nuestra.
El río era algo que se veía café, inmenso y muy rápido. El río es el centro de la vida de Quibdó y cuando llegué allá era el centro de un montón de cosas extrañas... Pescaban en el río desde la barcaza con migas de pan y para mi el pan era solo algo de comer en el desayuno, pero recuerden solo tenía 7 años. Lavaban ropa en el río... y claro ustedes pensarán que tiene eso de misterio... nada, si no fuera porque también lavaban bloques de queso en el mismo lugar. Queso saladísimo del que llamamos costeño. Y lo mejor del río era cruzar el puente colgante de madera entre el malecón y la barcaza. Un puente angosto y muy resbaloso por la humedad de la constante lluvia, por el cual yo corría como una loca y mi tía solo aguantaba la respiración esperando que yo no cayera al río. Yo siempre pensé que exageraba hasta el día en que Moisés, un hombre alto y fuerte que cuidaba de la barcaza cayó al río cuando uno de las cuerdas de cabuya que sostenían el puente cedió. Moisés era super buena gente conmigo y fue horrible verlo intentando escapar de los brazos del Atrato, parecía que el río tenía un imán y lo llevaba solo hacia adentro... pero él, fuerte y musculoso, finalmente logró librarse de esas turbulentas y oscuras aguas. Ese fue el último día que corrí por aquel puente.
Comí sopa de queso, vi caer un rayo tan cerca de donde estábamos que la habitación entera se iluminó peor que con el flash de una cámara, el ruido fue ensordecedor y luego nos enteramos que había caído a unos cuantos metros de la casa encima de un carro, el cual por supuesto fue destruido.
Fui a lugares maravillosos con unos paisajes espectaculares. Estuvimos en unas partes del río que parecían piscinas naturales de agua cristalina y había unos peces pequeñitos que se agolpaban alrededor de las personas como si estuvieran mordiendo, no sé que eran, pero recuerdo que la sensación era de risa, pues hacían cosquillas. Atravesamos el Atrato para visitar a un indígena chocoano que tenía su casa al otro lado del río, y no, no fue nadando, fue en chalupa, para quienes no saben, es una embarcación de madera muy pequeña en la que uno se siente como si estuviera sentado directamente en el agua a unos milímetros de la acción, viendo pasar árboles y toda clase de animales en el río y claro como toda niña curiosa deseando colocar las manos dentro... pero inmediatamente la advertencia... “cuidado con las culebras marinas” y yo, inmediatamente pensé en las culebras y en quien sabe que otros animales peligrosos... ahí... ahí le matan a uno la imaginación y le ponen en la cabeza solo el terror de lo desconocido.
Tuve mi primer reinado de belleza, con los hijos de los compañeros de mi tía, pero eso no es nada comparado con cantar y bailar bajo la lluvia y la lluvia en Quibdó no es cualquier cosa... Nosotros muchachitos desobedientes como nos llamaron, después de desaparecer por 2 horas y llegar con agua hasta en las orejas, nos sentimos los más libres y felices de todo el mundo.
El viaje fue toda una experiencia... en esa época todavía se usaba llevar neceser... si es que alguien aún sabe que es eso... era rojo y tenía unas abrazaderas para un montón de tarritos blancos y para mí era tan grande que la foto que tengo parece que el neceser me lleva a mi y no al contrario, pero claro a esa edad, las mamás hacen con uno lo que quieren y para mi mamá era de lo más bonito viajar así...
El avión, o mejor la avioneta fue una locura... el ruido, un montón de botones de colores al frente y un señor que parecía encartadísimo intentando controlar todo, para ese entonces, los aviones no tenían puertas y era fácil ver la cabina y si era suertudo como yo, te sentaban en la primera fila, las ventajas de ser “Recomendado”... término que usan o usaban las aerolíneas para no llamarlo a uno paquete, pues sería una encomienda...
En fin, me sentaron justo atrás de los señores con camisa blanca, chaqueta negra y gorra. Lo mejor de la avioneta era que se movía como si fuera una hoja de papel y yo tenía la vista privilegiada, las nubes, el sol y el vaivén del viento. Todo el mundo decía que era horrible sentir ese movimiento, pero siempre pensé que era como estar en un parque de diversiones, como la montaña rusa, pero con mas emoción. Aun hoy lo considero de la misma forma, claro nunca he tenido grandes sustos en un avión no sé que diría si fuese lo contrario.
Quibdó era completamente diferente a lo que yo había vivido hasta ese entonces en Medellín y de hecho a la gente de allí no le gustaban mucho los paisas, como se nos conoce en otras tierras. Sin embargo, a mi tía la quería todo el mundo y a mí me tocaba por reflejo, así que yo era la niña consentida de todos. Vivíamos en una barcaza de la segunda guerra mundial que estaba anclada en el río Atrato, no se imaginan como era por dentro, una vez nos hicieron un tour y aún había camas y ropa de esa época, la cosa parecía lúgubre, pero era perfecta para la imaginación nuestra.
El río era algo que se veía café, inmenso y muy rápido. El río es el centro de la vida de Quibdó y cuando llegué allá era el centro de un montón de cosas extrañas... Pescaban en el río desde la barcaza con migas de pan y para mi el pan era solo algo de comer en el desayuno, pero recuerden solo tenía 7 años. Lavaban ropa en el río... y claro ustedes pensarán que tiene eso de misterio... nada, si no fuera porque también lavaban bloques de queso en el mismo lugar. Queso saladísimo del que llamamos costeño. Y lo mejor del río era cruzar el puente colgante de madera entre el malecón y la barcaza. Un puente angosto y muy resbaloso por la humedad de la constante lluvia, por el cual yo corría como una loca y mi tía solo aguantaba la respiración esperando que yo no cayera al río. Yo siempre pensé que exageraba hasta el día en que Moisés, un hombre alto y fuerte que cuidaba de la barcaza cayó al río cuando uno de las cuerdas de cabuya que sostenían el puente cedió. Moisés era super buena gente conmigo y fue horrible verlo intentando escapar de los brazos del Atrato, parecía que el río tenía un imán y lo llevaba solo hacia adentro... pero él, fuerte y musculoso, finalmente logró librarse de esas turbulentas y oscuras aguas. Ese fue el último día que corrí por aquel puente.
Comí sopa de queso, vi caer un rayo tan cerca de donde estábamos que la habitación entera se iluminó peor que con el flash de una cámara, el ruido fue ensordecedor y luego nos enteramos que había caído a unos cuantos metros de la casa encima de un carro, el cual por supuesto fue destruido.
Fui a lugares maravillosos con unos paisajes espectaculares. Estuvimos en unas partes del río que parecían piscinas naturales de agua cristalina y había unos peces pequeñitos que se agolpaban alrededor de las personas como si estuvieran mordiendo, no sé que eran, pero recuerdo que la sensación era de risa, pues hacían cosquillas. Atravesamos el Atrato para visitar a un indígena chocoano que tenía su casa al otro lado del río, y no, no fue nadando, fue en chalupa, para quienes no saben, es una embarcación de madera muy pequeña en la que uno se siente como si estuviera sentado directamente en el agua a unos milímetros de la acción, viendo pasar árboles y toda clase de animales en el río y claro como toda niña curiosa deseando colocar las manos dentro... pero inmediatamente la advertencia... “cuidado con las culebras marinas” y yo, inmediatamente pensé en las culebras y en quien sabe que otros animales peligrosos... ahí... ahí le matan a uno la imaginación y le ponen en la cabeza solo el terror de lo desconocido.
Tuve mi primer reinado de belleza, con los hijos de los compañeros de mi tía, pero eso no es nada comparado con cantar y bailar bajo la lluvia y la lluvia en Quibdó no es cualquier cosa... Nosotros muchachitos desobedientes como nos llamaron, después de desaparecer por 2 horas y llegar con agua hasta en las orejas, nos sentimos los más libres y felices de todo el mundo.
... Lástima que en aquella época no tuviera una cámara como la tengo hoy, la memoria se vuelve traicionera después de algunos años. Sin embargo, siempre harán parte de mis aventuras las dos veces que estuve en el Chocó, todo lo que hice y deshice... Ahh después de estos viajes, cuando crecí y pude decidir como viajar, nunca mas llevé el neceser, claro... pero creo que el trauma fue tanto que por eso hoy viajo como una loca, mientras menos cosas en la mano mejor... eso sí, ropa cómoda y con muchos bolsillos... a eso es a lo que se le llama trauma infantil.... Ahora que lo pienso... será que cambié el neceser por los bolsillos?
1 comment:
Que buena narración y conque gusto lo hace. Eso de los traumas de la niñez, como que es el pilar en uno se apoya el resto de la vida.
Feiz navidad para usted y la familia.
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